Cuenta una leyenda que, al principio del mundo, cuando Dios decidió crear a la mujer, encontró que había agotado todos los materiales sólidos en el hombre y no tenía más de que disponer. Ante este dilema y después de profunda meditación, hizo esto: Tomó una costilla del hombre, le añadió las suaves curvas de las olas, el trémulo movimiento de las hojas, la amorosa mirada del ciervo, la alegría de los pajaritos y las gotas del llanto de las nubes, la timidez de la tórtola y la vanidad del pavorreal, la dulzura de la paloma y la crueldad del tigre, el ardor del fuego y la frialdad de la nieve. Mezcló tan desiguales ingredientes, formó a la mujer y se la dio al hombre.